
Seguramente todos hemos vivido situaciones incómodas a causa de la impuntualidad. Algunas habrán tenido consecuencias poco relevantes, otras no tanto y quizá significaron la pérdida de oportunidades irrepetibles, como aquella entrevista de trabajo a la que se llegó “con diez minutitos de retraso”, pero que finalmente se convirtió en la principal razón para perder un buen puesto; o el examen al que ya no se nos permitió acceder porque llegamos después de la hora indicada.
La palabra puntualidad viene del latín punctum, que significa un punto en el tiempo o en el espacio. De ahí la idea de exactitud y precisión que denota el concepto, y que va más allá del acto de presentarse en un lugar a una hora determinada. En cualquier ámbito que nos movamos, y en cualquier país, la puntualidad es una de las normas básicas de la buena educación.
Implica también la idea de orden, organización y -aplicada a las relaciones interpersonales- respeto hacia el otro y hacia sí mismo. Es decir, en última instancia, tiene una veta de carácter ético que revela una faceta en la manera de ser de una persona y de una sociedad.
La impuntualidad afecta en la dinámica social y productiva de las empresas, ya que genera patrones culturales de conducta que no estimulan el crecimiento, ni el respeto. Hay sociedades donde los eventos comienzan una hora más tarde de la hora citada, pues todos saben que nadie llega puntual, así que, ¿para qué esperar a los demás?
Si somos impuntuales es porque nos queda muy claro el daño que hacemos a los demás, y a nosotros mismos por hacer de la impuntualidad una costumbre en nuestras vidas.
¿Qué pasaría si las empresas llevaran la cuenta anualizada de los minutos y horas de retraso de sus empleados, y luego analizaran el impacto en términos económicos? La pérdida de recursos en horas hombre seria asombrosa.
Cuando una persona llega tarde a una entrevista laboral, en realidad está mostrando su peor carta de presentación. Ese simple hecho revela, en el mejor de los casos, desorganización, y en el peor, desinterés, lo que es de suyo una falta de respeto hacia el entrevistador en lo particular y hacia la empresa en lo general.
En un caso extremo, puede haber una legítima razón que explique lo que pasó. Aún así, la persona que está esperando al otro lado del escritorio no tiene la obligación de saberlo. En última instancia, se espera de un profesional que tenga la suficiente capacidad de previsión para situaciones inesperadas.
El hábito de la impuntualidad es una gran área de oportunidad. Para vencerlo conviene tener presente algunos consejos que pueden ser muy útiles para romper con él. Lo primero es determinar las causas que nos hacen impuntuales.
¿Es en todo momento o sólo ante ciertos compromisos?, por ejemplo, alguien puede ser sistemáticamente impuntual en su trabajo, pero muy puntual en otras actividades. Es posible que esté a disgusto en su empleo actual, por lo que tiene dos alternativas: Cambiar de actividad laboral o aprovechar la coyuntura y practicar la disciplina de la puntualidad, sólo por respeto a sí mismo y al cumplimiento de sus compromisos. Es obvio que lo segundo es lo mejor, aunque también es lo menos fácil.
Otra sugerencia para romper este hábito, si es que está muy arraigado, es ir poco a poco modificando la conducta y llevar una especie de registro de los avances que se tienen.
Por ejemplo, si estamos acostumbrados a llegar 10 o 20 minutos tarde al trabajo, podemos esforzarnos por reducir ese tiempo a la mitad y llevar una contabilidad del tiempo que se va ganando. Se trata de hacer consciente y evidente este logro.
Finalmente, si traemos orden y disciplina a nuestra vida, y aprendemos a respetar a los demás incluyendo su tiempo, la puntualidad será una consecuencia natural.
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